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Barceló: La pintura de nuevo

Al comenzar la década de 1980 eclosionó, sobre todo en Europa, un gran deseo de pintar de nuevo, de volver a la superficie de la tela, al placer intrínseco del color y la forma.

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En la Bienal de Venecia de 1980 se reveló un claro retorno a la pintura como medio expresivo. La verdad es que había caído un tanto en desuso durante un par de decenios por el vapuleo del arte conceptual, que se rebeló contra los soportes y las técnicas tradicionales. Pero al comenzar la década de los ochenta eclosionó de repente, sobre todo en Europa, un gran deseo de pintar de nuevo, de volver a la superficie de la tela, al placer intrínseco del color y la forma.

Aprovechamos una reciente exposición en México del artista español Miquel Barceló para reflexionar un poco sobre los caminos del arte pictórico actual, con un pintor perfectamente representativo de esa generación de artistas surgidos en los años ochenta y ahora en su plena madurez. La muestra estuvo muy bien albergada por el Museo Rufino Tamayo, en la Ciudad de México, y forma parte del programa Arte Español para el Exterior, organizado por el Ministerio de Asuntos Exteriores de España y la Sociedad Estatal para la Acción Cultural Exterior. Ambos tienen el propósito de promocionar el arte contemporáneo español fuera de la península ibérica. Todo esto nos brindó la oportunidad de ver un buen resumen del trabajo de este artista vital y sumamente expresivo.

En Italia se llamaría Transvanguardia, en Alemania Neoexpresionismo, en Francia Figuración Libre, en USA Bad Painting. Y aunque muy diferentes entre sí tenían en común el regreso a la pintura como instrumento perfecto de su creatividad, pero además a una pintura figurativa que se representaba sobre todo a sí misma. Una pintura que había aprendido de la vanguardia tanto como de los clásicos, pero que estaba hastiada de la abstracción y   del arte conceptual, del performance y del happening, del minimal y del povera. Era una generación emergente de jóvenes artistas que parecían impelidos a pintar cuadros de nuevo.


Eplucher I 1997.

El italiano Sandro Chia apuntaba entonces: “Cuando empecé a pintar de nuevo en 1975, fue empezar de nuevo por completo. Me sentí como alguien que se recuperaba de una enfermedad”. Con el enorme background, que incluía toda la historia del arte desde la caverna prehistórica al museo posmoderno, la pintura no podía caer en ingenuidades, pero sí adquiere una vez más inocencia expresiva, es algo nuevo.

La neofiguración surgida en los ochenta recupera, en la limitada superficie del cuadro, no ya el ilusionismo del pasado sino un valor en sí mismo, de    expresión plástica, de belleza y muchas veces de reivindicación. La vanguardia amaba lo nuevo y odiaba el eclecticismo; en cambio, en la posmodernidad, comprendiendo que la novedad no es más que un mecanismo diseñado para que todo permanezca igual, la cita, la referencia, la reinterpretación son constantes, y también la búsqueda del estilo, de la mitología individual reflejada y reflejo de la obra.

Miquel Barceló nació en 1957 en  Felanitx, en la isla de Mallorca (España), allí estudia hasta completar el Bachillerato Superior en Ciencias, en 1973. Al año siguiente, en su primer viaje, en París, conoce la obra de Klee, Wols y Dubuffet y su Art Brut . De regreso está convencido de estudiar arte y se matricula en la Escuela de Bellas Artes y Oficios de Palma de Mallorca, donde recibe clases de dibujo y modelado. Al año siguiente ingresa en la Escuela de Bellas Artes de Sant Jordi, en Barcelona. Para 1976 ya participa en los happenings y las acciones de protesta del grupo Taller Llunátic, de corte anarquista, y se implica también en diversas causas ecologistas. Toma parte en la ocupación de la Isla Dragonera para evitar su urbanización, se queda allí  pintando en un viejo faro dos semanas. Reúne suficiente obra para presentar su primera muestra individual. Por fin en 1978 logra vender su primer cuadro y  regresa a París. En sus visitas museísticas conoce el informalismo abstracto norteamericano, el action painting y, especialmente, a Jackson Pollock y su dripping (color chorreado y percutido sobre la tela). Empezó a usar entonces grandes formatos y mucha pintura en telas que luego expone a los elementos, incorpora también todo tipo de materiales orgánicos.


Gorille blanc sur la plage 1999.

“Las obras de Miquel Barceló suelen estar dotadas de una fuerza sobrenatural capaz de alcanzar la esencia del objeto representado mediante la exposición de la propia materia pictórica”, apunta Christian Domínguez en Una historia de la Tierra escrita en su superficie.

Se instala en Barcelona relacionándose con todos los artistas del momento. Aparecen en sus telas las primeras imágenes figurativas: libros, humo, figuras zoomórficas, etc. Es invitado a la Documenta VII, de Kassel, como único artista español; allí entre muchos otros creadores se hace amigo de      Basquiat, el famoso “graffitero” noeoyorquino tempranamente desaparecido, del que ya hemos escrito anteriormente en esta sección.

Su carrera despega, las exposiciones en galerías importantes se suceden, hasta Andy Warhol hace su retrato. Expone en Nápoles obras pintadas con cenizas del Vesubio. Luego regresa a París donde instala su estudio en una iglesia abandonada en la calle Ulm, donde lo visita el famosísimo galerista de arte Leo Castelli. Expondrá con él en Nueva York al año siguiente, proyectándose internacionalmente.


En las tablas 1990.

Va trasladando su taller de un sitio a otro, dependiendo de sus exposiciones, Mallorca, Greenwich Village, París... En 1986 el Ministerio de Cultura de España le otorga el Premio Nacional de las Artes. Al año siguiente cruza el desierto del Sahara de lado a lado para instalarse temporalmente en Mali, país al que regresará con frecuencia.

Como siempre utiliza materiales locales para sus trabajos, pigmentos naturales y sedimentos fluviales que se convierten en bajorrelieves pictóricos llenos de textura y color, desiertos y espejismos que permanecerán como temáticas recurrentes.

La luz en el desierto es tan intensa que las cosas desaparecen y las sombras tienen más fuerza que las cosas mismas... Lo que no es tiene más intensidad que lo que es.

Barceló

Las preocupaciones ecologistas y solidarias del artista son harto conocidas y siempre lo acompañan en sus múltiples periplos. Viaja sin cesar, regresa a Mali, va a Costa de Marfil, vuelve a España, parte para Suiza, recorre el río Níger en piragua... En 1990 podemos decir que está plenamente consolidado en el panorama plástico internacional, y también muy bien cotizado. La mejor muestra de ello es que empiezan a copiarlo, aparecen por doquier falsificaciones de sus cuadros de trazo suelto y superficies texturizadas tan características. En su taller del parisino barrio de Marais se obsesiona con los bodegones y empieza a producir también pequeñas esculturas en bronce. Se hacen películas sobre su obra, colabora con diferentes artistas. Cómo no mencionar sus vínculos con el escritor y fotógrafo ciego Evgen Bavcar: entre los dos produjeron en 1992 un libro erótico escrito en braille y con láminas en relieve.


Les grischoux 2001.

La visita a las pinturas paleolíticas de la Cueva de Altamira (España) reafirman su interés por el relieve. Después de otro regreso a Mali trabaja con papeles roídos por las hormigas. En 1994 la prestigiosa galería Whitechapel de Londres organiza una gran retrospectiva. Al año siguiente va la Bienal de Venecia y también vuelve a exponer con Castelli. Y así ha seguido estos últimos años viajando por el mundo y pintando sin parar, a gran velocidad, como si tuviera mucha prisa por verlo todo, por pintarlo todo.

En el 2003 recibe el Premio Príncipe de Asturias como reconocimiento a una carrera vertiginosa que nos depara todavía muchas sorpresas.