|  

Regresando un poco a la normalidad después del exorbitante festejo por el Bicentenario, pero aún con el nacionalismo a flor de piel, analizamos una de las edificaciones más importantes de la Ciudad de México; Bellas Artes.

326 No me gusta31

Regresando un poco a la normalidad después del exorbitante festejo por el Bicentenario, pero aún con el nacionalismo a flor de piel, analizamos una de las edificaciones más importantes de la Ciudad de México; Bellas Artes. Su historia está plagada de las condiciones sociales de la época, así como de las características de la cultura mexicana, que lo convierte en un emblema y orgullo nacional

Bellas Artes inició su construcción en 1904, durante los últimos años de gobierno de Porfirio Díaz, quien  quería representar su lema “Orden y progreso” en un edificio que pudiera estar terminado para los festejos del Centenario de la Independencia en 1910. La tarea se le encomendó al famoso arquitecto italiano Adamo Boari.

Los antecedentes históricos del Palacio se remontan a 1842, cuando el entonces presidente de la República, Antonio López de Santa Anna, inicia la construcción del Teatro Santa Anna el 18 de febrero de ese año, la obra arquitectónica más importante del XIX para la ciudad.

 

Panorámica del
Palacio de Bellas
Artes Panorámica del Palacio de Bellas Artes

 

El trabajo le fue encomendado al arquitecto Lorenzo Hidalga, quien le dio un estilo neoclásico, característico de la época. Se terminó dos  años más tarde con una magistral apertura. Sin embargo, también ese año se le cambió el nombre a Teatro Vergara, por el rechazo que la gente tenía a Santa Anna. Poco tiempo después se renombró Teatro Nacional, que fue testigo de numerosos acontecimientos de gran importancia como el estreno del Himno Nacional Mexicano. Años más tarde, durante la intervención francesa, se convierte en Teatro Imperial, y restaurada la república vuelve a ser Teatro nacional.

Con tantas historias y el interés de Porfirio Díaz de mostrar la prosperidad de su gobierno, se proyectó la construcción del nuevo Teatro Nacional, fue así que Boari, en 1901, inicia la construcción demoliendo el edificio anterior y varias construcciones que se encontraban entre la Alameda y el Edificio de Correos, la ubicación que tanto el arquitecto como el general consideraron idónea.

Durante esa época, una de las corrientes más importantes y vanguardistas era el Art Nouveau, o modernismo como se le denominó en España y en algunos otros países. El especial interés de ésta era la de crear una estética nueva que pudiera reflejar todas las posibilidades que había dado la producción industrial o en serie; a través del uso profuso de elementos de origen natural, pero con preferencia en los vegetales y las formas redondeadas de tipo orgánico entrelazándose con el motivo central. El uso de las curvas y la asimetría, tanto en las plantas y alzados de los edificios como en la decoración. Estilización de los motivos, siendo menos frecuente la representación estrictamente realista de éstos. Una fuerte tendencia al uso de imágenes femeninas, retratadas en actitudes delicadas y gráciles, con un aprovechamiento generoso de las ondas en los cabellos y los pliegues de las vestimentas. La libertad en el uso de motivos de tipo exótico, sean éstos de pura fantasía o con inspiración en distintas culturas, como por ejemplo el uso de estampas japonesas, que se ve en el gusto por la curva, entre otras.

Fue así que cuando Boari, después de recorrer Europa y Estados Unidos (lugares donde se gestó esta nueva línea artística) entre 1901 y 1902 regresó a México con los elementos necesarios para materializar las grandes expectativas del general Díaz. En 1904, entregó los primeros 18 planos del nuevo Teatro Nacional y en ese mismo año se comenzaron las excavaciones de 2.4 metros bajo el nivel de la calle y 3.5 metros para lo que sería la ubicación del escenario.

En esos años, la ciudad crecía a una velocidad impresionante, el Paseo de la Reforma era un eje que dividía la ciudad vieja en el oriente y la nueva ciudad moderna, en el sur poniente. Y por supuesto, la construcción del nuevo Teatro Nacional abría paso a importantes cambios en el oriente de la ciudad, como la prolongación de la famosa avenida 5 de mayo, de Bolívar hasta Santa Isabel (hoy Eje Central).

 

Detalle de la Cúpula
central Detalle de la Cúpula central

 

La historia del Palacio de Bellas Artes está plagada de las condiciones sociales de la época, así como de las características de la cultura mexicana, que lo convierte en un emblema y orgullo nacional.

 

El diseño de Boari debía ir acorde a este crecimiento y por lo tanto debía ser un centro de reunión para la sociedad mexicana que proyectara a un México independiente, pero a la altura de cualquier teatro en Europa. Con estas ideas en mente, Boari proyectó un edificio enorme, con un vestíbulo techado con cristales, un invernadero, restaurante, cafetería y los más grandes adelantos de la época. Desde un principio el edificio estaba separado en dos partes: La primera como local de espectáculos y la segunda como salón de fiestas y conciertos.

Algunos historiadores comentan que cuando Boari presentó el diseño al gobierno mexicano, el general Díaz se mostró bastante entusiasmado, aunque sugirió algunos cambios que exageraron la magnificencia del proyecto. También comentan que el presupuesto inicial era de 4 mil 190 millones 844 pesos y la construcción duraría 4 años, aunque estos no son datos plenamente confiables.

 

Detalle del mural
Nueva Democracia,
David Alfaro Siqueiros
(segundo piso) Detalle del mural Nueva Democracia, David Alfaro Siqueiros (segundo piso)

 

Detalle de columna
(Vestíbulo) Detalle de columna (Vestíbulo)

 

La cimentación fue todo un tema para la construcción del actual Palacio de Bellas Artes, ya que los hundimientos en la zona provocaron un retraso de tres años, en lo que se diseñaba una cimentación especial al poner una estructura de acero para muros y techos, así como una plataforma de acero y concreto para la cimentación. Las características visuales y acústicas se proyectaron desde el principio; por ejemplo, la sala ostentaría una forma de embudo y un complicado ambiente de la tramoya con instalaciones mecánicas con movimiento hidráulico y eléctrico. El auditorio sería para 1791 personas. El edificio estaría revestido a sus cuatro lados de mármol, 96 metros de frente y 116 de largo, ocupando una superficie de dos hectáreas, incluidas las rampas y escaleras.

Para la decoración Boari consideraba que el recinto debía emplear y expresar sus propias formas arquitectónicas haciendo alusión a la cultura mexicana, lo cual explica que en las fachadas predominaban elementos de las culturas prehispánicas como cabezas de jaguares, monos, coyotes, serpientes, etc.

Con los retrasos y los nuevos retos que presentaba la construcción de este recinto y el estallido de la Revolución Mexicana, el ritmo de trabajo disminuyó considerablemente de 1912 hasta que en 1916 fue suspendida totalmente y Boari regresó a su país, donde siguió trabajando en su obra magna inconclusa, de la que quiso dejar testimonio al presentar 34 láminas donde se explicaban los planos y los aspectos decorativos de los ornamentos. Durante varios años, mandó desde Italia planos, fotografías y actualizaciones del proyecto, integrados en una carpeta titulada La Construzione di un Teatro en donde explicaba la importancia arquitectónica de este nuevo recinto para México. El edificio inconcluso se abandonó durante muchos años a pesar de la significación que tenía el espacio, aunque algunas veces el escenario sin terminar fue utilizado para representaciones callejeras.

Aproximadamente entre 1918 y 1919 se intentó, por primera vez, reanudar el trabajo para concluir la obra bajo la dirección del arquitecto Antonio Muñoz, justo dentro del periodo presidencial Venustiano Carranza; ambos querían que la obra ser terminara en 1921, pero los graves problemas sociales y económicos de la época no lo permitieron y nuevamente la obra se abandonó, aunque contaba con un mayor avance.

 

Detalle Fachada
principal Detalle Fachada principal

 

En 1930, el presidente Pascual Ortiz Rubio inicia nuevamente los trabajos del recinto mediante un decreto en el que ponía dos condiciones primordiales; que la conclusión de la obra fuera lo más económica, y que se respetaran en la medida de lo posible los planes originales del arquitecto italiano. También ésta debería responder a las condiciones sociales actuales y no debería ser ya un recinto para la elite mexicana, sino un espacio para la expresión artística de todos los mexicanos; así se convierte entonces en el Palacio de Bellas Artes. Por motivos presupuestales no se pudo terminar, aunque en esta ocasión la obra no se abandona, sino que su edificación se alentó.

En 1932, mediante un nuevo decreto presidencial, se intenta  nuevamente concluir la obra. El nuevo arquitecto a cargo fue  Federico Mariscal, quien rediseñó el interior del teatro a las reglas del nuevo Art Decó, que para muchos es considerado un paso lógico del Art Nouveau. Algunas de las modificaciones con el proyecto inicial de Boari contemplan la transformación del salón de fiestas en un museo de artes plásticas; el palco presidencial se redujo y se creó un foyer, que hoy es la sala internacional de exposiciones; se ubicó una sala de conferencias, un museo de artes populares en instalación de diversas galerías para exhibir distintas obras artísticas nacionales; se abrieron nuevos espacios públicos; se reestructuró la Sala de Espectáculos, ampliando los pisos de las lunetas y de los anfiteatros para aumentar el cupo. Los principales elementos de esta segunda etapa son: La Plaza y la colocación de los Pegasos en el estacionamiento, el vestíbulo, el hall, la Sala de Espectáculos, el museo del libro y biblioteca; el museo de Artes Populares y el restaurante. Así también se sitúan los murales, a cargo de Diego Rivera y José Clemente Orozco.

 

El hombre controlador
del universo,
Diego Rivera
(segundo piso) El hombre controlador del universo, Diego Rivera (segundo piso)

 

El magistral Palacio de Bellas Artes fue inaugurado el 29 de septiembre de 1934 por el entonces presidente Abelardo Rodríguez. Desde  esa fecha hasta el día de hoy, en este recinto se han presentado más de 100 mil eventos; conciertos, obras de teatro, ópera, danza y exposiciones de pintura y escultura.

 

CARACTERÍSTICAS EXTERIORES DEL RECINTO:

 

Al mexicanizar el Art Nouveau a través del aspecto escultórico en el exterior del edificio se le dio un toque nacionalista a través de muchos ornamentos inspirados en la flora y fauna mexicanas, así como en motivos de origen prehispánico, aunque el gran giro e innovación estuvieron en el diseño general que mantiene rasgos clásicos.

Otros elementos que se destaca son los pegasos alados hechos en bronce, traídos desde España para rematar el cubo de la sala principal; ahí se colocaron en 1912, pero ese mismo año fueron llevados a la Plaza de la Constitución donde permanecieron hasta 1928, cuando Federico Mariscal decidió colocarlos en la plaza frontal del palacio.

En las fachadas se integraron cuatro grupos escultóricos realizados por André Allar y Paul Gasq, pensados originalmente para el Palacio Legislativo. Para las fachadas y otros elementos se utilizó mármol de Carrara Italia, además del mexicano que se trajo de varias partes de la República. La ornamentación de las fachadas centrales fue realizada por el artista Leonardo Bistolfi en 1908 y los relieves de las fachadas laterales por el escultor Adamo Boari; claves, mascarones, guirnaldas y flores por el escultor G. Fiorenzo.

 

Detalle del mural
La Katharsis
José Clemente Orozco
(segundo piso) Detalle del mural La Katharsis José Clemente Orozco (segundo piso)

 

CARACTERÍSTICAS INTERIORES DEL RECINTO

 

El interior del edificio está marcado claramente por el Art Deco principalmente por la geometrización de las formas y por las líneas rectas. La gran cúpula que cierra el vestíbulo es un armazón de metal recubierto con nervaduras de cobre, laminillas de ónix translúcido y cerámica. Los muros, pisos y columnas se revistieron con mármoles mexicanos de varios colores, combinados con ornamentos trabajados en diversos metales por la casa Edgar Brandt de París, como los mascarones de Chac, el dios maya de la lluvia. El mármol café lo trajeron de Querétaro; el negro de Nuevo León; el rosa de Durango y el piso blanco de Buenavista, Guerrero.

La escalinata cuenta con dos luminarias en forma de fuentes, hechas en acero y cristal esmerilado; entre sus dos rampas, las puertas que dan acceso al vestíbulo de la sala muestran mascarones de Tláloc, el dios teotihuacano de la lluvia, y un rostro de bronce que evoca la representación de la tragedia griega.

La sala de espectáculos está compuesta por plafón de cristal en la cúpula interior con la autoría de D. Maroti. En ésta, el sorprendente telón está formado por una cortina de estructura metálica que sostiene un enorme mosaico de vidrio opalescente. Más de un millón de cristales de dos centímetros cuadrados dan forma a una panorámica del Valle de México, inspirada en una obra de Gerardo Murillo. Ejecutado por la casa Tiffany de Nueva York, el mosaico fue colocado cuando Boari aún dirigía la obra. Lo rodea un arco decorado con mosaicos titulado “El teatro a través de las edades” y realizado por el húngaro Geza Marotti. De él es también el vitral circular que corona la sala, donde se representa a Apolo y las nueve musas. La maquinaria del escenario fue creada por el ingeniero A. Rosemberg de Alemania.

En el tercer y cuarto pisos se ubican varias salas de exposiciones e importantes obras del muralismo mexicano; entre los autores que se destacan están: Rivera, Orozco, Siqueiros y Tamayo. Este largo esfuerzo de construcción y decoración en interiores y exteriores hace evidente una armónica mezcla de estilos representativos del arte mexicano.

El Palacio de Bellas Artes es sin duda un reflejo de la cultura del siglo XX que retoma el valor de la cultura prehispánica y la mestiza. Su belleza arquitectónica, que puede ser opacada tal vez por obras más complejas y magnificentes de la actualidad, se realza por su valor histórico y sentimental para cada uno de los mexicanos. Y podemos decir sin temor a equivocarnos que Bellas Artes, nuestro palacio de arte y cultura, representa las victorias de un país hermoso, rico y maravillosamente especial.

 

* Agradecemos el apoyo del departamento de Relaciones Públicas y Difusión Museo del Palacio de Bellas Artes

 

Vestíbulo Vestíbulo

 


Texto:Miriam Vidal

Foto: Palacio de Bellas Artes / Fernando Mora / Axel Carranza