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Rothko  Cuadros  para perderse  en ellos.

No me interesa la relación entre color y forma ni nada por el estilo. Sólo me interesa expresar las emociones humanas más elementales. La tragedia, el éxtasis, la faatalidad del destino y cosas así.
Mark Rothko

Cuando en 1952 la exposición “Quince Americanos” se celebra en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (inaugurado apenas dos decenios atrás) se puede decir que la decadencia de París como centro del arte mundial es un hecho. La capitalidad del arte y su mercado cruza el Atlántico y se aposenta en la Gran Manzana. Europa devastada todavía por la guerra atroz, la más atroz hasta el momento (la llamada II Guerra Mundial duró de 1939 a 1945), tiene apenas fuerza para sobrevivir y reconstruirse, el arte no es precisamente una prioridad. París se había convertido en “un parque de atracciones para turistas”, según palabras del famoso galerista galo Daniel Cordier. Además, desde el inicio de la guerra muchos artistas se han ido trasladando a vivir a América. Como el niño Marcus Rothkowitz nacido en 1903 en Dvinsk, Lituania, quien, con 10 años, huye junto a su familia del antisemitismo reinante en la Rusia prerrevolucionaria. En 1913, junto a su hermana y los padres, está instalado en Portland, Oregón. Tiempo después se matricula en la Universidad de Yale, pero la abandona dos años más tarde para estudiar pintura en la Art Student League de Nueva York.


C. 1937 Óleo sobre tela, 51.1 x 76.2 cm Galería Nacional de Arte, Washington DC

Se dedica plenamente a la pintura, por esas fechas contrae matrimonio, y también se hace amigo del pintor Adolph Gottlieb. Junto a otros incipientes artistas fundan el grupo “The Ten”, con ellos expondrá hasta 1940. Su trabajo está muy influido por el surrealismo de artistas como Max Ernst, André Masson o Breton, la abstracción geométrica de Mondrian o la ironía dadaísta de Duchamp, todos ellos refugiados, huidos de la Europa incendiada por el nazismo.

En su pintura aparecen entonces elementos simbólicos, aspectos totémicos que se van haciendo cada vez más abstractos:Los mitos conocidos de la antigüedad constituyen los símbolos de los miedos y las motivaciones primitivas del hombre (...) nuestra psicología moderna ha descubierto que perviven en nuestros sueños, nuestro idioma y nuestro arte, decía Rothko.

 
The Omen 1943 Óleo y grafito sobre tela, 48.9 x 33 cm Galeria Nacional de Arte, Wasgington DC

Aquí es muy importante el automatismo, el intento surrealista de eliminar el control consciente en el trabajo creativo para que logre fluir lo inconsciente, lo que se oculta en el interior del alma humana, los impulsos salvajes, los deseos y sueños que de tan personales se hacen universales. Ningún comentario (...) puede explicar nuestra pintura. La explicación debe surgir entre cuadro y espectador, escribía junto a Gottlieb en una carta enviada al New York Times a modo de defensa y manifiesto de su arte poco apreciado entonces.


1956 Óleo sobre tela, 124.5 x 78.7 cm Fundación de Arte Hilti, Liechtenstein

Junto a ellos, una serie de artistas muy variados conformarán el denominado Expresionismo Abstracto Norteamericano, tal vez el último movimiento vanguardista o el primero norteamericano. Por un lado tenemos a los “gestuales” como Pollock, Kline o De Kooning, y por el otro a los “sublimes” como Newman, Sitll, Reinhardt y el propio Rothko. El arte se convierte para ellos en una experiencia de transgresión individual, adquiere importancia el ejercicio de la pintura, incluso como esfuerzo físico, la ejecución se ritualiza, los cuadros no se planean, no hay bocetos, el acto mismo de pintar se convierte en trascendental.  Desde luego todos ellos están directamente en contra de la pintura tradicional de caballete; muy al contrario, el gigantismo impera, los grandísimos cuadros transforman las formas de exhibición y comercio de  un arte que nace ya para el museo, o para la mansión del multimillonario, que finalmente cederá su colección o la convertirá a su vez en un museo.

 

Pinto cuadros muy grandes. Tengo claro que, históricamente, la pintura de cuadros de gran formato ha correspondido siempre con una pintura suntuosa y pomposa. Pero la razón por la cual los pinto, y esto es aplicable también a otros pintores que conozco, reside en el hecho de que deseo ser muy íntimo y humano.

 

En las obras hay un rechazo implícito al arte de contenido social, se busca más bien la expresión pura de lo que está dentro de cada uno, y por lo tanto de todos. Por eso el Expresionismo Abstracto como tal no será un movimiento de vanguardia de corte europeo aglutinado por un manifiesto y una ideología, sino más bien una generación de artistas diversos impulsada por la desilusión y el escepticismo de una época de guerras y posguerras.


Azafrán 1957 Óleo sobre tela, 177 x 137 cm colección privada, Liechtenstein

A partir de 1940, cuando se distancia del grupo “The Ten”, empieza a firmar sus cuadros como Mark Rothko. La suerte está ya echada y el artista inicia un camino propio caracterizado por la simplificación paulatina de toda referencia real o formal. En 1945, tras divorciarse de su primera esposa, se casa con Mary Alice; es el año de la bomba, el fin de la guerra en el Pacífico y el inicio de la Guerra Fría que se alargará por casi medio siglo más. 

En 1947 surgen en su obra  las franjas nebulosas de color sobre color, apacibles bloques cromáticos, relacionados con una visión agorafóbica —lo contrario de claustrofóbica—, tal vez procedentes de los recuerdos infantiles de las estepas rusas o los espacios abiertos, ilimitados, del Oregón de su niñez. El siempre apasionado trabajo empieza a ser reconocido, participa en la exposición anual del Museo Whitney de Nueva York. Da conferencias e imparte clases en California. Deja de poner título a sus cuadros datándolos a partir de entonces sólo con un número y la fecha.

 
(negro en gris) 1969-70 Acrílico sobre tela, 203.3 x 175.5 cm Museo solomon R. Guggenheim de Nuea York

Es una noción extensamente aceptada entre los pintores que no importa lo que pinta uno mientras se pinte bien. Ésta es la esencia del academicismo. No hay cosa tal como la buena pintura sobre nada.

 

En 1951 obtiene una cátedra en el Departamento de Dibujo del Brooklyn College. En los siguientes años viaja con frecuencia a Europa y también realizará varios murales monumentales para distintas instituciones norteamericanas, entre ellos destaca la capilla encargada por John y Dominique de Meil, donde el misticismo ateo de Rothko adquiere verdadera dimensión  En ese año participa en la exposición que mencionábamos al principio “Fifteen Americans”, que los convirtió en el primer movimiento vanguardista de Norteamérica; desde luego que un poco más a sur el muralismo mexicano sería la primera vanguardia continental y bastantes años antes.

En la pintura de Rothko desaparece el gesto, las formas, la relación fondo-figura, la perspectiva o cualquier otro intento de efectismo de representación anecdótica o temporal. Más bien se invita a entrar no en el cuadro ventana a otro mundo, sino en el mundo tal cual reducido a la enorme bidimensionalidad del color. La espiritualidad, lo elemental, que se desprende de sus obras es también sentimental, logrando con los mínimos elementos formales provocar sentimientos de exaltación o tristeza o de misterio. Son cuadros para meterse en ellos como arquetípicos mandalas gigantes diseñados como alfombras voladoras que nos transportan a un mundo de maravilla y equilibrio. Más que cuadros son lugares que habitar, aguas en las que sumergirse, paisajes del alma, “capillas de meditación” les  llamaba el artista. La mirada del espectador busca en el cuadro la forma sin encontrarla hasta que el color mismo —los “campos de color”— adopta la identidad de ser mítica y extraordinaria, y ahí lo sublime se desliza.

 

La gente que llora frente a mis cuadros vive la misma experiencia religiosa que yo sentí al pintarlos.

 

A finales de los años cincuenta los colores vivos y luminosos tan característicos del artista se van apagando, apenas queda el rojo entre marrones y negros. Desde 1967 imparte clases en la Universidad de Berkeley (California); por esas fechas se divorcia de su segunda esposa. En 1968 sufre un aneurisma que lo obliga a reducir el formato de su obra, que un año después regresará al gigantismo pero con un cariz muy diferente. Tiene problemas con el alcohol que no mitiga la depresión que padece desde hace tiempo. Recibe el título “Honoris Causa” por la Universidad de Yale. Sus obras se han vuelto oscuras, grises y negros que denotaban el miserable estado de su ánimo. El 25 de febrero de 1970 se suicida en su estudio de Nueva York. Su pintura había cerrado un ciclo que se abría desde la luminosidad pasmosa a los más atormentados horizontes de negrura.

Tal vez sea éste —el de los expresionistas abstractos norteamericanos— el  último arte idealista antes de la atronadora llegada de la pirotecnia pop o la intelectualidad conceptual.

 

Somos partidarios de expresar de forma sencilla los pensamientos complejos. Estamos a favor de las grandes formas, porque su efecto es más claro. Queremos centrar de nuevo la atención sobre el lienzo. Estamos a favor de las formas bidimensionales porque destruyen la ilusión y son auténticas.

 

Era una búsqueda de lo expresivo en estado puro, el pasado, presente y futuro del ser humano a través del color y la tensión intrínseca de lo creado. Un arte tal vez anticipado a su tiempo, a la espera de una época que tardará tal vez mucho en llegar o que posiblemente nunca vuelva. Aunque al inicio de este artículo el subtítulo reza: “cuadros para perderse”, en realidad tal vez se trate más bien de cuadros para “encontrarse”.