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La planta, que despertó el interés nacional y que en su momento fue el segundo material de exportación más importante de México, forjó la economía de Yucatán e incluso, a principios del siglo XX, fortaleció el desarrollo del país. 

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Según una leyenda de la Cultura Maya, durante una noche de tormenta, mientras el dios Zamná corría a resguardarse, tropezó con una planta. Sus duras y puntiagudas hojas le ocasionaron una herida en una pierna, lo que acarreó el enojo de sus súbditos, quienes cortaron las hojas de la planta y luego las azotaron contra las piedras.

Pero Zamná se dio cuenta que de las hojas salió una fibra resistente que podría ser de gran utilidad a su pueblo, por lo que les enseñó su uso.

El henequén, también conocido como ki en maya, es una planta de la especie Agave fourcroydes, oriunda de Yucatán de la cual se extrae el llamado sisal o fibra de henequén. Esta planta es fácil de identificar por su roseta de hojas duras de hasta metro y medio de largo. Su fibra, resistente y duradera, fue muy valorada por los mayas, quienes la usaron para hacer sogas, textiles y arte. Pero de manera increíble, forjó una historia para la industrialización de Yucatán, así como para la creación de bancos, e incluso, fue tema de negociaciones e impuestos en la época de la Revolución Mexicana

 

Desde las hamacas

En 1780, el capitán de fragata José María Delaz escribió un reporte dirigido al gobernador de la entonces Provincia de Yucatán, en el que expresó su asombro por las famosas hamacas de Chemax, hechas de un material llamado también yaax ki.

Posteriormente, el agrónomo norteamericano Henry Perrine, quien vivió diez años en Campeche como cónsul norteamericano, fue un promotor de su cultivo al sur de la Florida, en Estados Unidos, pero fracasó en su intento, ya que no floreció allá.

En 1838, Perrine bautizó taxonómicamente a la planta con el nombre Agave sisalana, en honor al puerto de Sisal y también como su nombre comercial, sisal, con el que se conoce en diversas lenguas hasta la actualidad. Todavía entre 1860 y 1870, el investigador encontró una serie de varios estudios de interés sobre la planta.

A mediados del siglo XIX, la llegada de la Revolución Industrial fue determinante para detonar más la industria henequenera.

Fue tal el  boom, que desde ese tiempo se le empezó a bautizar al henequén como el “oro verde” de Yucatán.

 

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Modernidad y finanzas

Entre los siglos XIX y XX, la planta entró en una dinámica económica importante, la cual llegó a ser de tal relevancia que varios documentos de la Revolución Mexicana y varios bancos fueron creados bajo su auspicio e importancia comercial.

La disolución del régimen de Porfirio Díaz por la Revolución no desarticuló la hacienda yucateca ni las organizaciones que producían y controlaban la fibra. En ese periodo, el henequén fue un gran negocio para pocos; sin embargo, con la época convulsionada de la Revolución, que atrajo movimientos bruscos de demanda y precio, continuó el interés por controlar su producción, dada su importancia para los ingresos federales y estatales.

Sin embargo, la Revolución Me-xicana (o llamada “la bola” por la tropa) de 1910 llegó a Yucatán hasta 1915. Sus primeros impactos cambiaron la estructura de gobierno estatal y tenían como objetivo el interés de controlar la producción y oferta del henequén. La fibra, se dieron cuenta los jefes revolucionarios, era una extraordinaria fuente de ingresos; incluso, dada su importancia, fiscalmente apenas era superada por la plata.

Se volvió entonces, para los altos revolucionarios, un botín económico preciado, debido a que estaba muy concentrado en hacendarios y uno que otro político, como Olegario Molina, exgobernador y último ministro de fomento en la era de Porfirio Díaz.

Se crearon fortunas en torno a la industria del henequén y se usaron diversos mecanismos de financiamiento para impulsar al mercado, algunos poco sanos. Sin embargo, las crisis bancarias del Porfiriato estuvieron íntimamente ligadas al auge de la explotación del henequén, entre 1902 y 1907. Vino entonces la caída de varios bancos y su rescate se cobró vía el fisco.

Ante ello, los constitucionalistas que criticaron el modelo, veían con buenos ojos el financiamiento del cultivo del henequén pero con una visión social para ayudar a los jornaleros. En esos años, el henequén era el segundo producto mexicano más exportado de México.

Pero en 1920, la rebelión que encabezó Victoriano Huerta para derrocar a Venustiano Carranza, ya contenía, entre sus puntos más importantes para Yucatán, un nuevo modelo bancario que contemplaba la repartición de tierras en la entidad. Yucatán, por su parte, en esos años agitados, venía de sufrir varios levantamientos locales armados por la situación económica que se vivía.

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La planta que forjó bancos

En 1915, en Yucatán operaban cerca de 29 instituciones bancarias, pero una en especial, el Banco Central Mexicano, buscaba dar un equilibrio a las malas finanzas resultantes de la revuelta social y política.

Años antes, en 1907, se creó la Caja de Préstamos para Obras de Irrigación y Fomento de la Agricultura para fomentar y alentar el financiamiento del cultivo del henequén, y en 1908, el gobierno obligó a la fusión de los endeudados bancos de la península, el Yucateco y el Mercantil de Yucatán, por el cambio al patrón oro de 1905, pero bajo ninguna supervisión. En esos años del esplendor de la economía del henequén, no existían los bancos de desarrollo, y los préstamos para cultivar y explotar henequén se concedían a tasas de 18 a 24% anuales; en contraparte, estaban los bancos americanos que prestaban a tasas de 9 por ciento.

Esta competencia comercial hizo que los precarios bancos fueran cambiados por los norteamericanos, pero paradójicamente, los bancos americanos fueron sustituidos por comercializadores de la fibra del henequén y manufactura de Estados Unidos.

A los comercializadores no les atraían los intereses financieros, sino el pago de la fibra en especie (aquí están los ejemplos de las casas Thebaud Brothers, Internacional Cordage, o la casa Manuel Dondé y Arturo Pierce).

Por otro lado, el auge del henequén, en los primeros años del siglo XX, aceleró la acumulación de capitales de una forma nunca antes vista y manifiesto en el inusitado esplendor de la capital, Mérida.

 

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Revaluación de tierras

Durante estos vaivenes del henequén, el valor de las tierras también se distorsionó de manera importante, ya que “una propiedad valuada regularmente en 100 o 150 mil pesos antes del boom podía encontrarse hipotecada entre 300 y 400 mil pesos, dos años después”, destacan los archivos históricos.

En 1915, el general y gobernador Salvador Alvarado se dio cuenta que la libra del henequén bajó de valor, al pasar de cotizar 7 centavos la libra a solo 1.5 centavos de oro americano, como la estaban pagando los grandes compradores, además del saqueo al Banco Peninsular, con la activa resistencia de hacendados, pero Alvarado reorganizó la Comisión Reguladora del Henequén, combatió la especulación de acaparadores y buscó atenuar las tensiones con los intereses norteamericanos.

En ese entonces, Alvarado estimó en 86 millones de pesos oro los ingresos que significaron las exportaciones de la fibra. Sin duda que eran unas entradas extraordinarias, sobre las cuales ya tenía puesto el ojo el Gobierno Federal para el cobro de impuestos.

Se estima que durante 1916 había sembradas 300 mil hectáreas de henequén, las cuales producían alrededor de un millón de pacas de fibra. Además, había en la región más de mil haciendas que daban jornal y alimento a más de 60 mil personas.

Sin embargo, derivado de los estragos de la Revolución Mexicana y la avaricia de los grandes empresarios henequeneros, para 1926 solo quedaban 170 mil hectáreas produciendo 650 mil pacas en 800 haciendas, con una fuerza laboral de 30 mil jornaleros, lo que implicaba que en menos de 20 años la producción cayera a la mitad.

Posteriormente, durante el reparto agrario realizado en 1937 bajo la presidencia de Lázaro Cárdenas, se buscó un nuevo esplendor para la producción del henequén, con apoyo de medidas técnicas, comerciales y financieras; sin embargo, sus resultados fueron muy limitados.

 

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Etapa postcardenista

Posteriormente, Narciso Souza Novelo, estudioso botánico yucateco, en 1941, publicó un libro sobre la planta que abundaba en los municipios de Tizimín, Valladolid, Chemax, Tihosuco, Catmís, Oxkutzcab y Tekax.

Un golpe económico fuerte fue provocado, a finales de los años sesenta, por el desplome de los precios y su desplazamiento por la industria petroquímica, que estaba en boga en esos años.

Para la década de los sesenta, la planta fue llevada a África y Asia, donde se generaron varios híbridos a partir de la especie, y que son mayormente los que se encuentran en el mercado internacional actual. En 1982, el experto en botánica Howard Scott Gentry publicó el libro Agaves of Continental North America.

 

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Valor actual

Con datos de 2015, el también llamado sisal es un cultivo con valor de 75 millones de dólares que se sembraba en tres continentes; su cosecha es empleada para hacer plásticos, textiles y papel.

La planta está pasando por un renacimiento en Tanzania, el segundo productor más grande del cultivo detrás de Brasil. El henequén o sisal (porque salió del puerto yucateco del mismo nombre) fue introducido en Tanzania, en 1893, por Richard Hindorf, un agrónomo alemán que transportó mil plantas desde México, pero solo 62 lograron sobrevivir.

Se estima que la planta vive alrededor de 25 años y, durante los siete primeros, está en etapa de desarrollo, a partir de la cual y durante quince más brinda generosamente sus mayores pencas para que de ellas se extraiga la fibra.

 

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El auge del henequén aceleró la acumulación de capitales de una forma nunca antes vista en el inusitado esplendor de la capital, Mérida.

 

Actualidad y recuerdo

Hoy en día, cuando se recorre Yucatán, las altas chimeneas de piedra de las viejas haciendas henequeneras nos sirven de faros y nos guían hasta sus cascos, donde desde la historia, podemos contemplar la arquitectura amplia y sólida de sus edificios, con sus corredores, ventanales, salones y pasillos, sus pequeñas y coloridas capillas, sus enormes dominios y sus majestuosos portones.

Visitándolas se viaja al pasado y se evocan los días en que las haciendas fueron el centro de un imperio, y en sus salas de máquinas, las desfibradoras que no paraban de trabajar, forjaron fortunas, bancos y hasta casas de empeño.

De las mil 170 haciendas existentes a principios de siglo, actualmente quedan cerca de 400, de las cuales la mayor parte está en ruinas. Algunas veces, y solo ocasionalmente, se oye en alguna de ellas el sonido de la desfibradora, acariciando la memoria del sudor de los campesinos que elaboran el también llamado siskil. 

 


Texto Mario Vázquez

Foto: hacieda santa Rosa / lady venom / lady venom / mexiko / reporrt / Sefotur/@YucatánTurismo / african eye report / flickr.com / wikipandf