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Bacon la terrible realidad.

En el espejo distorsionado del  arte, la realidad aparece sin distorsión

Antes de la II Guerra Mundial el pintor Francis Bacon (Dublín, 1909) era un perfecto desconocido. En 1944 expuso Tres estudios para figuras al pie de una crucifixión y destruyó toda su obra anterior. Aunque llevaba más de una década pintando esta obra en concreto supone el verdadero inicio de su carrera artística. A partir de ese momento y en pocos años será plenamente reconocido a nivel internacional. Para muchos —me incluyo— es el más importante pintor de la segunda mitad del siglo XX, época de la que su obra es inseparable. Llegó a ser uno de los artistas vivos más cotizados, y eso siendo sus obras tan terribles, tan antidecorativas, tan revulsivas, como veremos a continuación. Un artista que es único, difícil de clasificar en movimientos o tendencias y básicamente original. Un realista de lo tremendo, de lo exasperante de la condición humana, de la existencia misma y su sinsentido último.  


Autorretrato 1973 Óleo sobre lienzo 198x147.5 cm colección privada

Francis es el segundo de cinco hermanos asentados en el Dublín de principios de siglo XX. Su padre, un autoritario ex militar, tiene un criadero de caballos; la madre posee una mediana cultura. Al estallar la guerra se trasladan a Londres, sufre de asma y la familia se mueve frecuentemente de un lado a otro, de modo que su educación básica es más bien pobre. Siempre será un autodidacta dirigido básicamente por su instinto y sobre todo por la casualidad. Cuando tiene 16 años su padre lo descubre probándose prendas íntimas de su madre, apenas había asumido su homosexualidad, no sin problemas, cuando se encuentra “de patitas en la calle”. Se va a Londres, solo, a encontrarse a sí mismo, dos años de parrandas durante los que sobrevive precariamente terminan con un “exilio” en Berlín, donde su padre espera enmendarlo con la ayuda de un tío. Todo es inútil desde luego, el Berlín de los años veinte es todavía más apabullante y agitado que la capital inglesa. De ahí huirá a París y comenzará a pintar y trabajar esporádicamente como decorador y diseñador.

 

No tuve educación alguna. Simplemente trabajé en la hacienda de mi padre cerca de Dublín y, en cuanto a los cuadros, apenas sabía que existían, pero desde que me fui de casa vi muchas reproducciones y quedé fascinado por ellas.

 

Conversaciones con Sir John Rothenstein.
En 1927 visita una exposición de obra reciente de Picasso, que lo impresiona por completo. Tal vez ése fuera su primer nacimiento como artista. Al año siguiente regresa a Londres, en South Kensington convierte un garaje en estudio y se pone a trabajar con la ferocidad y la inconstancia que arrastrará toda su vida.


Tripico 1974 (reaunudado1977) Óleo y pastel sobre lienzo 198x 147.5 cm cada panel colección privada

 

La verdadera pintura es una misteriosa e interminable lucha con el azar (misteriosa porque la verdadera esencia de la pintura puede actuar directamente sobre el sistema nervioso...). Pienso que hoy pintar es puramente intuición y azar, y que significa aprovechar lo que se presenta a tu espíritu cuando éste se encuentra en un estado de particular receptividad.

En una entrevista con Matthew Smith

Para mantenerse sigue haciendo trabajos de decoración, pero la pintura finalmente ganará terreno y absorberá por completo sus intereses. En 1933 participa en su primera colectiva; una de sus obras, Crucifixión, pese a merecer el desprecio de la mayoría será reproducida por Herbert Read en su libro Arte de Hoy. Al año siguiente expone individualmente en la casa de un admirador, no le va muy bien y en un arranque de desconfianza decide dejar la pintura, empieza a destruir mucha de su obra anterior: si no estuviese obligado a ganarme la vida no habría dejado nada a salvo. Se siente un verdadero fracasado, peor aun cuando es rechazado por quienes organizan la Exhibición Internacional Surrealista.

Durante la guerra será eximido del servicio militar por su padecimiento asmático y destinado al cuerpo de socorro de la Defensa Civil, por ello vivirá un tiempo en el campo hasta su retorno a Londres, donde tardará todavía otros dos años en volver a pintar en serio. Se entretiene jugando compulsivamente, su otra gran pasión. Pero las apuestas nunca serán tan fuertes como el envite posterior de su pintura, salto al vacío sin paracaídas para ponernos ante un espejo implacable que nos retrata a todos y a cada uno, al humano en lo general y lo particular, un humano aterrado por el mero hecho de existir en un mundo que tras seis años de guerra implacable donde se había masacrado a millones de personas, la mayoría civiles, desplegaba un telón de acero y una nueva guerra se larvaba fruto de un maniqueísmo ideológico lleno de paranoia y delirio. 

 

Me considero un creador de imágenes. La imagen es más importante que la belleza de la pintura (…). Supongo que las imágenes aparecen porque sí como si me fueran entregadas (…). Más que un pintor, siempre me he considerado un intermediario del accidente y la casualidad (…). No creo que tenga talento; sólo soy receptivo…

En 1945 será, como decíamos al principio, su segundo nacimiento plástico, el verdadero disparador de una carrera sólida y muchas veces apabullante.  Expone en la Galería Lefevre sus famosos Tres estudios para figuras al pie de una crucifixión que son radicales en sus efectos: o lo detestan o los sacude positivamente. Participa en bastantes colectivas consiguiendo escasas adhesiones y mucho rechazo, aunque se empieza a armar un pequeño grupo de cercanos admiradores, verdaderos entusiastas de una obra que soltaba las amarras de la expresión desaforada de un artista que surgía como figura solitaria en un páramo lúgubre que era la cultura europea tras el saqueo, la destrucción gigantesca de una guerra que mostraba lo peor del ser humano: El hombre es consciente de ser un accidente, un ser absolutamente inútil, forzado sin razón alguna a llevar el juego de la vida hasta el final.

Después de Auschwitz sólo alguien como él podía retomar la figura humana y dotarla de un nuevo significado, una especie de purga necesaria para poder trascender después, para superar el trauma inhumano. Bacon, tan alejado del frente de batalla, fue el espejo que concentró la lúgubre luz tras la masacre.

Logra vender otro de sus cuadros, uno de los más famosos, Pintura 1946, a Erica Rausser, que se convertirá por un tiempo en su agente. Con el primer dinero ganado no piensa en otra cosa que en viajar a Montecarlo, donde se instala para dedicarse durante casi cuatro años a frecuentar los casinos más que a pintar. Afortunadamente, desaparecida la última ficha en la ruleta, regresa a Londres y da inicio una de sus mejores etapas de producción. Tardará bastante tiempo, de todos modos, en ser aceptado por el gran público, si es que alguna vez ha sido grande el público del arte, siquiera en lo general. La pintura de Bacon resultaba tan diferente a todo lo visto que el espectador no sabía muchas veces cómo tomarse aquellos cuadros horripilantes, no estaba seguro de si eran efectistas bromas macabras o logros únicos de expresividad. De un lado o del otro se sentían sacudidos, agitados en profundidad por unas imágenes difíciles de eludir, con un fuerte magnetismo que repele a la vez que atrae y luego no te deja escapar sin tocarte de algún modo por dentro. En 1949, en su serie de seis pinturas titulada “Cabeza” aparece una primera versión del Retrato de Inocencio X de Diego Velázquez, obra que el artista tendrá como fuente de inspiración permanente con numerosas interpretaciones plásticas diferentes a lo largo de su carrera. Su trabajo como retratista –había que tener valor para dejarse pintar por él– se desarrolló notablemente. Sus sucesivas parejas y sus muchos amigos son pintados, aunque más bien parecen diseccionados en una espeluznante autopsia en vida.


Autorretrato 1956 Óleo sobre leinzo, trípico 198 x 137 cm fort worth, modern art museum of worth

 

A la hora de pintar un retrato el problema radica en hallar una técnica que plasme todos los latidos de una persona (…). El modelo está hecho de carne y hueso, y lo que hay que captar es su emanación (…). No sé si sería posible pintar el retrato de alguien a partir de uno de sus gestos. Entonces pintar un retrato consistiría en grabar un rostro. Sin embargo, con el rostro hay que probar hasta lograr captar la energía que emana de él.

En 1950 da clases de dibujo en el Colegio de Arte de Londres sustituyendo a su amigo John Minton durante un año; luego, muy afectado por la muerte de otra amiga cercana cierra su estudio y dejan un buen número de obras inacabadas. Durante diez años trabajará en estudios provisionales sin apegarse a un espacio    en concreto y por periodos variables. En 1955 el Instituto de Arte Contemporáneo de la capital inglesa organiza la primera retrospectiva de la obra de Francis Bacon, tiene entonces 46 años. Poco después expone en París y luego en Roma. Rompe su relación con Erica Brauser y la Galería Hanover y firma contrato con la prestigiosa galería Marlborough. Su fama va en aumento, la siempre extraña obra empieza a ser reconocida a nivel internacional.

La galería Tate presenta una magna retrospectiva en 1961, año en el que termina su peregrinar y se instala, como al inicio de su carrera, en un garaje de Reece Mews donde empezará a acumular su caos habitual, el desorden absoluto que necesita para crear. Su fama y sus cotizaciones se disparan: París, Nueva York, Milán o Berlín se disputan sus obras y organizan retrospectivas, incluso en México se pudo ver una exposición monográfica del artista en 1977. Aquellas pinturas fantasmales, bastante morbosas y muy poco decorativas se venden muy bien.

Para mí el misterio de la pintura actual radica en la creación de la apariencia. Sé que puede ilustrase. Sé que puede fotografiarse. Pero cómo hacerlo de manera que pueda captarse el misterio de la apariencia en el misterio de la creación.

Viaja mucho, empiezan a aparecer estudios críticos serios sobre su obra, libro tras libro que tratan de desentrañar la importancia de un artista que en ningún momento concede nada, que mantiene su estilo apegado exclusivamente a sus intereses creativos. Bacon es posiblemente el pintor más importante de la segunda mitad del siglo XX, un artista que devolvió al arte bidimensional una figuración potente que había perdido importancia tras la abstracción y el arte conceptual. El Neoexpresionismo alemán, y también en parte la Transvanguardia italiana de los años ochenta, recuperarán ese legado que otorgaba a la figura humana la preponderancia en toda representación. Un humano siempre desgarrado y en perpetua transformación, como tratando de encontrar lugar en el mundo. En la obra de Bacon sobra todo moralismo o consideración esteticista, es mucho más brutal que todo eso, muestra a los individuos por dentro pero desde fuera, carcomidos, despedazados o en precaria descomposición, son lo que fueron y lo que serán, el dinamismo del trazo y la mancha impiden la paralización del presente, como temibles “retratos de Dorian Gray” parecen seguir descomponiéndose, reestructurándose sin pausa, inexorablemente. Eros y Tánatos se cortejan en sus cuadros, el impulso de vida y el de muerte mantienen una pelea voraz por dominar sobre la superficie de la pintura, pero sólo el arte sale ganando.

Cuando Francis Bacon muere en Madrid el 28 de abril de 1992 por complicaciones cardiacas deja su legado a John Edwards, quien donará el estudio y todo lo que contiene a la Galería Municipal de Arte Moderno Hugo Lane de Dublín, en su natal Irlanda.

 

Me gustaría que mis cuadros se vieran como si un ser humano hubiera pasado por ellos como un caracol, dejando un rastro de la presencia humana y de la memoria del pasado, igual que el caracol va dejando su baba.