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Cualquier ciudad del mundo se conforma básicamente por los espacios públicos y los privados. En general, las ciudades que más nos gustan son las que tienen un buen espacio público.

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Cualquier ciudad se conforma básicamente por lo público y lo privado. Lo privado es la vivienda, el comercio, las oficinas, los hospitales, las escuelas, los teatros y museos que tienen un propietario que no es el estado.

Lo público son los edificios e instalaciones propiedad del gobierno y, sobre todo, el espacio público. El espacio público es un bien común y se compone de calles, puentes, plazas, parques, jardines y bosques urbanos.

En general, las ciudades que más nos gustan son las que tienen un buen espacio público. Parques como Central Park en Nueva York, avenidas como los Campos Elíseos en París, el Mall en Washington, plazas como la Navona en Roma, la Roja en Moscú y la Vendome en París nos hacen admirar y recordar a las ciudades.

Las ciudades mexicanas tienen muchos espacios de gran calidad en sus centros históricos, bulevares, calles, plazas y parques. Algunas obras de infraestructura forman parte del espacio público. Los puentes son, por su propia naturaleza, muy estéticos.

 

Un buen diseño estructural siempre será bello. Es más fácil hacer un puente colgante bonito que uno feo. Lo mismo aplica a los viaductos elevados para trenes o incluso autos.

 

Los jardines y bosques pueden tener un diseño más formal y arquitectónico como los jardines franceses, o más orgánico y natural como en el paisajismo inglés pero son parte fundamental del espacio público.

La Ciudad de México (CDMX) tiene magníficos ejemplos de lo descrito, sin embargo, en las últimas décadas la calidad del espacio público se ha deteriorado. Este deterioro tiene que ver con varios factores. Uno de ellos es la dispersión de facultades y responsabilidades del gobierno producto de la democratización de la ciudad.

Por ejemplo: Durante décadas existió una dependencia que se llamaba Parques y Jardines, que los cuidaba. Cada parque tenía unos jardineros permanentes que los conocían, los querían y los podaban; el mecanismo era barato y garantizaba el buen estado del parque.

Con el crecimiento de la burocracia y el contratismo, ahora se licitan contratos de mantenimiento y, de tanto en tanto, se ven hordas de dizque jardineros con chalecos fluorescentes que podan un camellón o un parque y no vuelven a aparecer en semanas. Los jardines cercanos a ‘Los Pinos’ son el mejor ejemplo: A veces verdes, a veces amarillos, en ocasiones con pasto de un metro de altura. Y eso en uno de los espacios simbólicos de la CDMX.

 

 

 

El desorden provocado por la mayor autonomía de las alcaldías se manifiesta en el consumo excesivo de pintura. Edificios públicos, bardas, guarniciones de banquetas y ahora hasta el pavimento se pintan. Y se pintan de muchos colores: azul las gobernadas por el PAN, morado las de Morena y todas multicolores hasta en los techos.

Oportunidades como la del Templo Mayor, cuyo horrible techo colapsó ante una tormenta de granizo, se dejan pasar. Hubiera sido el momento de poner un techo alto de buen diseño con materiales modernos que controlan temperatura y luz. Un concurso de arquitectura hubiera sido lo pertinente.

A últimas fechas la profusión de dobles pisos, pasos a desnivel, teleféricos y trenes están creando un paisaje urbano caótico y confuso. Los proyectos se enciman, el diseño de cada uno carece de gracia y el conjunto puede ser desastroso..

También el arte urbano contribuye a este desorden. Tal vez todo comenzó con la Cabeza de Juárez en Iztapalapa. Años después, la Fuente de las Viboritas (de fibra de vidrio), que a veces echa agua, en Revolución y Barranca del Muerto, fue seguida en Chimalhuacán por el guerrero Chimalli del escultor Sebastián, que parece un robot japonés destructor de ciudades (más alto que la Estatua de la Libertad) o el pajarraco de Jorge Marín de 25 metros de altura en Ecatepec camino a las pirámides de Teotihuacán.

 

Esta escultura espeluznante se complementa, un poco más adelante, con una ladera cubierta de casas pintadas de tal manera que a lo lejos se ve la cara del Dr. Simi.

 

No siempre fue así. Hay trazos de la ciudad colonial que se conservan como el eje magnífico del convento de Churubusco a San Ángel (Avenida Hidalgo, Francisco Sosa, Arenal, Avenida de la Paz) o de la urbe porfiriana como la Calzada Azcapotzalco o fraccionamientos hechos por privados como las colonias Roma, Condesa o Polanco.

En tiempos actuales, hay que recordar la calidad arquitectónica y urbana de los hospitales y unidades habitacionales del Seguro Social, el campus de Ciudad Universitaria y su Espacio Escultórico y las esculturas de la Ruta de la Amistad y por supuesto las Torres de Satélite.

También destaca el diseño original de la primera sección del Bosque de Chapultepec con sus calzadas y muy pocos edificios y pabellones e incluso espacios muy pequeños y escondidos como la Plaza de la Romita, la Plaza del Arcángel en San Ángel, o muchas plazas y atrios de iglesias de barrio en todas las alcaldías de la CDMX

Autoridades que deberían vigilar la calidad del espacio público no faltan, tanto federales como locales, pero no se coordinan, son muy burocráticas y tienen dientes para los privados pero no para ordenar a los gobiernos. Urge hacer algo antes de que nos vayamos acostumbrando a lo feo.