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El mundo confinado de Balthus

La exposición Balthus, que se presenta de agosto a noviembre en el Museo Ludwig en Colonia, es la primera exhibición individual del pintor francés en Alemania. Reúne cerca de 70 obras, entre pintura y dibujo, realizadas en el periodo que va de 1932 a 1960, entre las que se encuentra lo más destacado de su producción.


La Rue 1933

En 1967 la Tate Gallery de Londres organizó una exposición de Balthus y pidió al artista que esbozara los datos biográficos que deseara incluir en el catálogo. A lo que él respondió: "La mejor manera de comenzar es decir: Balthus es un pintor del cual no se sabe nada. Y, ahora, contemplemos sus obras". Al seguir el consejo de Balthus y contemplar sus obras nos damos cuenta de que todo lo que habría que saber está en ellas. Las pinturas de Balthus respiran plácidas. Algo que no sucederá nunca está a la espera, retraído en el mundo, aparte del silencio y la soledad.


La Patience 1943



Aun, podríamos decir unas cuantas cosas sobre el conde Balthasar Michel Klossowski de Rola, apodado Balthus. El hermano menor del filósofo Pierre Klossowski nace en una familia de artistas, en París, 1908. A los trece años publica un libro de dibujos titulado Mitsou y del cual Rainer María Rilke, amigo de la madre, escribe el prólogo.

A lo largo de su vida se establece en distintos lugares, en Berlín, cuando estalla la Primera Guerra Mundial; en Italia, donde copia los frescos de Piero della Francesca y Masaccio; y posteriormente en Berna, Friburgo y Ginebra. Viaja junto a André Masson al sur de Francia donde conoce a Lacan, Picasso y Francoise Gilot. Entabla amistad con Alberto Giacometti, Antonin Artaud, Paul Eluard y Albert Camus.

Entre los años 1983 y 1984 tiene exposiciones retrospectivas en el Centro Georges Pompidou (París), El Museo Metropolitano (Nueva York) y el Museo de Kyoto. Años más tarde, se sumarán a ellas, el Centro de Arte Reina Sofía (Madrid) y el Palacio Grassi (Venecia).

Balthus, muere en Rossinière, Suiza, el 18 de febrero del 2001, tras haber finalizado su último cuadro: La espera.

El rey de los gatos...

Algo sí hay que saber de Balthus. La historia del niño y el gato, Mitsou, que contiene su libro de dibujos, no será más que la antesala a la creación de un símbolo que persistirá a lo largo de toda su vida. El gato es el alter ego de Balthus, su doble inconfesado. Es el elemento simbólico que lo suspenderá eternamente en el tiempo de la infancia.


Therese revant.


Mitsou, anuncia el mundo infantil al que Balthus no renunciará nunca, a la vez que funciona como arquetipo que representa el animal que habita en nuestra naturaleza. El gato es una criatura sensual, escurridiza, furtiva, que puede domesticarse, pero su condición salvaje y depredadora, no cesará nunca. La paciencia de los gatos guarda una relación con el tiempo, están a la espera, al acecho de la hora inmóvil. Tanto los gatos como los otros personajes que aparecen en las obras de Balthus, son presencias fantasmales. Baudelaire ve la hora en los ojos de los gatos: "En el fondo de sus ojos adorables veo siempre la hora claramente, siempre la misma, una hora ancha, solemne, grande como el espacio, sin divisiones de minutos ni de segundos: una hora inmóvil que no marcan los relojes".

Tanto Balthus como Baudelaire, aspiran en la presencia de los gatos, a la pasión que no cesa pero que posterga su consumación. La temporalidad en este caso tiene más que ver con una vivencia de la vida que con una medición fragmentaria y cuantificable. El tiempo, y en este sentido recurrimos a Bergson, se experimenta como duración, como la continuidad indivisible de la vida, irreductible a cortes que la fraccionen. Hay un desenmascaramiento del tiempo en el flujo temporal que lo conforma. Las criaturas soñadoras, meditabundas, abstraídas de Balthus, son testigos de una temporalidad propia, documentan en sus poses embelesadas, el paso de la vida en el tiempo.

Una requisa del tiempo

Y algo se detiene. El tiempo inmóvil en los ojos del gato es una clave de lectura en la obra de Balthus. Hablamos del tiempo como instante que se prolonga logrando la penetración del pasado en el presente; hablo del tiempo como espera, como duración, como estancia. En este estado absorto, Balthus logra ?como también lo logran, acordará usted conmigo, las botellas de Giorgio Morandi? hablar no sólo del tiempo fuera de la cronología, sino del costo existencial que eso implica. Ambos fondean la soledad, como el precio a pagar por la vivencia personal del tiempo. Antes de continuar y para buscar un tono que se adecue a la disposición con la que uno debe mirar estas obras, cito un bello pasaje de Gastón Bachelard "La noche negra ya no es claramente negra. En mí, la soledad se agita. La noche te niega su soledad evidente y su presencia. Ya no es perfecta la homografía de la soledad humana y del cosmos nocturno. Vuelves a ser presa de una pena antigua, vuelves a la conciencia de tu soledad humana, de una soledad que quiere marcar con una huella imborrable a un ser que sabe cambiar. Creías soñar y te acuerdas. Estás solo. Estuviste solo. Estarás solo. Tu duración es la soledad. Tu soledad es tu muerte misma que dura en tu vida y bajo tu vida."


La Montagne 1936


En el trabajo de Balthus aparece la soledad como compañera de la espera. La vida se infecta de su pathos: padece pacientemente el aislamiento. Es paradójico que entrar en el flujo de la continuidad del ser, de la vida, del tiempo, nos convoque casi obligadamente a hacerlo desde la sumersión en nosotros mismos. La vivencia de la temporalidad tiene dos caras, como el dios Jano, por un lado la duración y por el otro el confinamiento.

Las escenas de Balthus, que podemos ver en obras como: Thérèse Dreaming (1938), The Game of Patience (1943), The Children (1937), Cathy Dressing (1933), The Golden Days (1944-46), ocurren en interiores. Plantean la habitación, la casa, la morada como nuestro lugar de pertenencia en el mundo, pero también de reclusión y encierro. La morada es el lugar donde reposa exhaustiva la mirada perdida o de parpados cerrados, de las mujercitas de Balthus. Se encuentran solas cuando están acompañadas de sus gatos o, si acaso, de algún otro personaje adventicio. Absorbidas en sí mismas y en sus pensamientos, estas mujercitas están durando su soledad. Y en eso consiste el verdadero confinamiento en la obra de Balthus.

Esos actos de ensueño, de espera, de juego, demoran la morada, son una suerte de dilación de la estancia. Hay nostalgia, solitud silencio, estatismo, quietud. Estos personajes han logrado entrar a profundidad en el flujo de la vida, han logrado entrar en la continuidad del ser y ahora forman parte de su tejido. Por eso siempre parecen estar más allá que acá. Sus personajes se recluyen en un universo personal inalcanzable. De pronto parece que habitan otro mundo.

El mismo Balthus parece habitar otro mundo, un mundo que no es histórico, la mayoría de las obras antes mencionadas fueron ejecutadas durante la Segunda Guerra Mundial, mientras tanto Balthus pintaba, recluido en el paraje provinciano: El juego de la paciencia.

La infancia en los tiempos del juego

Balthus causó escándalo en su primera exhibición en la Galería Pierre en París, 1934. No sólo porque un muchacho de veintiséis años que marchara en contracorriente con las vanguardias imperantes de la época estaba destinado al fracaso; sino porque las escenas, que eran tan familiares como los retratos intimistas, cobraban en los lienzos de Balthus un aire espectral, ominoso y hasta mórbido.


La Victime 1939-46



En sus tiempos de juventud, Balthus, era provocador, controvertido, polémico. Incluso llegaron a llamarlo "el Freud de la pintura", y es que es el heredero de la tradición de un extenso linaje de pintores voyeurs que llegaron antes que él: Boucher, Ingres, Degas, Toulouse-Lautrec, Bonnard. Y hasta ahí es del todo tolerable, pero como Freud, Balthus, descorre las cortinas para dejarnos frente a frente con una verdad profunda y aterradora de nosotros mismos. Salen a la luz aquellas escenas de intimidad que debieron permanecer en el reino de lo privado. Hablamos de la metamorfosis del cuerpo y del ser femenino. De retratos de pubescentes que despliegan, inocentes, un erotismo excepcional. Hablamos de ritos de iniciación que marcan el paso de la infancia al dominio adulto.

El tema de la temporalidad en la obra de Balthus es escabroso, no se ciñe únicamente a la duración, es decididamente más complejo, imposible de historiar. Trata de un tiempo suspendido, un tiempo que no se rige por la sucesión o por el desarrollo lineal propio del tiempo como proyecto de nuestras civilizaciones. No es el tiempo de la historia en el que hay un punto fijo de partida, un transcurso recorrido y finalmente un punto de llegada. Este tiempo impregnado de valores lógicos se apoya en su final: la muerte.

Por el contrario, en la obra de Balthus no existe la muerte, la decrepitud del cuerpo o la decadencia. Balthus suspende el tiempo en el preciso momento en el que éste da cuenta del milagro de la vida. El tiempo, en Balthus, es vital. Retrata el tiempo de la infancia, es decir, retrata el mundo desligado del tiempo que son los años de la infancia. Un tiempo que se encuentra en el ?fuera de escena? de la conciencia. Y más, un tiempo anterior a la conciencia misma del tiempo. Más que la temporalidad de la historia, se avoca a la temporalidad del mito: arcaico y primitivo. Repetición y eternidad que redunda siempre en las mismas escenas, los mismos estados de ensueño, los baños de sol, la placidez, el deslumbramiento erótico, la meditación, el juego, el azar y la espera.


Les Enfants 1937


Ritos de iniciación

En la pintura The Golden Days, aparece, según cuentan los estudiosos de su obra, el único reloj que pintó Balthus. Como era de esperarse, este reloj no tiene manecillas. La pequeña niña ensayando su sensualidad en el espejo esparce su cuerpo en el sillón con las piernas entreabiertas y el brazo colgante. Mientras que un hombre enciende, al fondo de la habitación, una chimenea. Ella lleva un vestido corto, con un escote que abatido descubre el hombro y el pecho, enmarcado por un collar de perlas. Sumergida en un estado de autocontemplación, esta criatura constata frente al espejo la eclosión de su pubescencia. Y penosamente, nosotros, espectadores, estamos obligados a mirar la ambigüedad de ese ánimo embrionario de transición núbil, sensualidad y coqueteo, que reflejan los momentos de indistinción sexual y social. Ése es el escándalo balthusiano, lo que hirió las conciencias en su momento y, aun hoy, sigue esgrimiendo estragos. Como apunta el académico Jean Claire: "Si tantos personajes en esta pintura contemplan su reflejo en un espejo es porque el ser en Balthus está lleno de incertidumbres con respecto a su verdadera identidad. No ha alcanzado todavía el estadio de la realización como persona, del paso a la edad adulta, de la metamorfosis; está aún en ese estadio indiferenciado, frágil y violento a la vez, en el que el ser no se aprehende como ser constituido sexualmente y poseedor de un estatus social. Reposa sobre sí mismo, todavía inconsciente de sus virtualidades, y se busca a la vez, por medio de retorcidas posturas o de juegos de azar, un poco como los ciegos a tientas".


Nu au chat 1949


Se le llegó a acusar de pintar lolitas libidinosas, a lo que Balthus respondía: "Lo único que he pintado son ángeles. Toda mi pintura es religiosa". Y sí. La fragilidad y violencia del estado de indistinción femenino que refleja Balthus en sus obras tiene más que ver con una indeterminación sagrada, que con una sexualidad patente, propia de la edad adulta. Hace visible el punto ciego de los ritos iniciáticos, de las metamorfosis que culminan con la madurez. Si los juegos espectrales de estas personitas resultan incómodos es porque en conjunto reflejan los fantasmas de la cultura.

La estancia confinada

Hasta ahora hemos hablado del confinamiento a un mundo propio, de la soledad como el costo existencial que se paga por la vivencia del tiempo, de los momentos tardos al interior de la morada. Pero analicemos una obra que se desarrolla en el exterior, para constatar que aún ese espacio se encuentra clausurado.


Les Enfants 1937.


Tomemos como ejemplo La calle (1933). En este pasaje parisino se desarrolla una escena de connivencias con el absurdo. Cada personaje habita el ámbito público de la calle como si se tratara de autómatas sumergidos en su propio mundo. Pero lo espeluznante no termina con el aislamiento subjetivo sino que apenas se anuncia. El espacio exterior se encuentra tapiado, hay puertas y ventanas, pero literalmente uno topa con pared. El aislamiento subjetivo y el hermetismo espacial, forman parte de la estancia confinada que es el mundo incomunicado e impenetrable de Balthus.